Por primera vez en la historia moderna un grupo de países de América Latina, identificados por sus asimetrías y sus posibilidades de complementación, intentan borrar las secuelas de siglos de coloniaje y encontrar su propio rumbo hacia el desarrollo
Manuel Ernesto Suárez Ruiz
Evo Morales definió una vez de manera veraz y poética la simbología del ALBA como un “sindicato de presidentes que luchan por los intereses de los pueblos, que impedirá que el imperialismo saquee los recursos estatales”.
Basados en este principio, los jefes de Estado de las naciones asociadas se darán cita en La Habana los próximos 13 y 14 de diciembre con la intención de demostrar que “el socialismo es la respuesta a las demandas de los movimientos sociales y las urgencias de los pueblos”, como dijo recientemente el propio mandatario boliviano.
De igual forma se abordarán temas cruciales para el hemisferio, como la puesta en vigor del SUCRE y las medidas a tomar para enfrentar la agresiva política exterior de Estados Unidos hacia América Latina.
Tras un lustro de existencia, la Alianza Bolivariana suma hoy nueve integrantes. La alternativa concebida en diciembre de 2004 en La Habana entre Venezuela y Cuba ha colocado en la suma de miembros a Bolivia, Nicaragua, Dominica, Honduras, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda, y Ecuador.
Inspirada en la oposición a la actitud hegemónica imperialista, la VIII Cumbre promete convertirse en momento de reafirmación de la hermandad de los países bolivarianos, que deben continuar en La Habana el camino hacia la profundización del tratado del Sistema Unificado de Compensaciones Regionales (SUCRE), la medida económica más importante aprobada en la cita presidencial de Cochabamba, Bolivia, en octubre último, con el objetivo de eliminar la dependencia del dólar estadounidense en el comercio del bloque.
La futura integración monetaria, que contará con reservas en el Banco del ALBA, permitirá la protección de los nueve Estados integrantes contra las crisis económicas y los transformará en territorios sin dependencias de las agresivas políticas implementadas por organismos financieros como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, distanciándolos así de la supremacía del dólar.
Los toques finales para la entrada en vigor del SUCRE están en marcha. Diversos ministros de Economía y Finanzas trabajan para poner a funcionar sus cuatro pilares fundamentales; una Unidad Monetaria Común que funcionará como moneda virtual, con la perspectiva de convertirse en moneda física; una Cámara Central de Compensación, y un Fondo de Reserva y Compensación Regional.
El SUCRE regulará las compras y ventas gubernamentales y se prevé que en el futuro circule como una moneda real al igual que lo hace el euro, aunque por el momento su empleo como Sistema de Compensación en las transacciones de sus miembros limitará la utilización del fluctuante dólar, lo que facilitará el comercio dentro de la región y generará un crecimiento económico importante para sus miembros.
Del sueño a la realidad
Las ideas que al principio parecían una utopía, cuando eliminar el analfabetismo o mejorar la calidad de vida en América Latina se vislumbraban como ilusiones distantes, han conseguido materializarse. Hoy comienzan a ser realidad anhelos seculares en un grupo de países del área, demostración de que pese a los múltiples obstáculos la unidad de los pueblos puede doblegar supuestos imposibles.
En su corta historia las naciones afiliadas han alcanzado conquistas importantes como el Banco del ALBA y las grandes empresas que se están creando en su seno. Pero entre sus logros más visibles están los trascendentales proyectos educativos sanitarios y culturales. Ha demostrado asimismo su eficacia como mecanismo de concertación y cohesión política latinoamericano, evidenciada, por ejemplo, en la derogación de la resolución que excluía a Cuba de la OEA, durante la Cumbre de la institución hemisférica en San Pedro Sula.
En el espíritu que anima esta alianza se llevan a cabo por Cuba y Venezuela otras acciones solidarias de profundo significado social, como la Operación Milagro, surgida por iniciativa de Fidel, y que ha devuelto la visión a más de un millón 600 mil personas; y la aplicación masiva del método educativo cubano Yo sí puedo, que erradicó ya el analfabetismo en Venezuela, Bolivia y Nicaragua y se extiende en todos los países miembros del mecanismo integrador. El ALBA surgió en contraposición al proyecto neocolonizador del ALCA, promovido por Washington y los sectores entreguistas de América Latina que tenían el objetivo de institucionalizar al continente como mercado natural de los monopolios norteamericanos, una aspiración imperial que a pesar de sus repetidas derrotas no ha desaparecido de las intenciones de sus creadores.
Una prueba es que como alternativa a sus fracasos, Estados Unidos pretende tentar a las naciones subdesarrolladas con Tratados de Libre Comercio (TLC), convertidos en espejismos de prosperidad con el fin de promover una competitividad que únicamente beneficiaría a las naciones desarrolladas.
Por ello el ALBA propuso un Tratado de Comercio de los Pueblos (TCP), cuyo espíritu no es la competitividad, sino la complementariedad entre las naciones, a fin de que los menos asistidos sean verdaderamente ayudados por los demás. Contra esos peligros y dificultades avanza el ALBA. No por casualidad el Libertador Simón Bolívar expresó un peligro latente a dos siglos de distancia: Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad.
Contra viento y marea
Para explicitar la anterior afirmación sobran los ejemplos, especialmente si tenemos en cuenta la amenaza militar que vive el presente de América Latina. No es un secreto que las fuerzas reaccionarias de las viejas oligarquías nacionales, con el apoyo de la ultraderecha estadounidense, ponen en marcha malintencionados planes contra el pujante mecanismo integrador, con el propósito de destruirlo, pues ven en él una amenaza al tradicional esquema de dominación norteamericano.
El golpe de Estado ejecutado el pasado 28 de junio contra el presidente constitucional hondureño, Manuel Zelaya, y la habilitación de siete bases militares de los Estados Unidos en Colombia aparecen como la parte más visible de ese proyecto de agresión al ALBA, en el que no se descarta una intervención armada.
En este sentido, el dictador hondureño Roberto Micheletti no titubeó en reconocer que fueron la entrada de Honduras en esta Alianza y las medidas progresistas de Zelaya las que precipitaron el derrocamiento de este. Washington quiere indicar visiblemente que desea detener la extensión del ALBA y eliminar el germen del socialismo del siglo XXI.
La estrategia imperialista es clara: desorganizar las potencialidades económicas y políticas de la integración, para destruirla, por lo que no resultaría extraño que los planes expansionistas de los halcones del Pentágono incluyan impulsar una carrera armamentista cuyos gastos interminables impidan a los miembros del ALBA concentrarse en la erradicación de la larga deuda social de sus respectivos pueblos.
Mientras Washington mantiene aliados fieles en el área, como Colombia, Costa Rica y Perú, en otras naciones las fuerzas reaccionarias aprovechan cualquier resquicio o debilidad, error o vacilación de los gobiernos progresistas, para volver al poder y tratar de conformar y consolidar un frente anti-ALBA en la región.
El imperialismo, ese fenómeno económico, político y social que va más allá de gobiernos e intenciones, identificó claramente al ALBA, y a los procesos democráticos, revolucionarios, que implican una nueva concepción hacia el socialismo desde la democracia, como los peligros estratégicos fundamentales en el continente americano.
Previsoramente Hugo Chávez, llamó al Consejo Político y a los presidentes de la Alianza Bolivariana a fijar una meta concreta y tener siempre presente la bandera geopolítica para ser un polo de fuerza mundial. La Alianza nació para romper con las dóciles subordinaciones del pasado y desde el primer momento fue concebida como un espacio en construcción, como un ejemplo de solidaridad e integración, evidenciado en la búsqueda de soluciones en materia de salud, educación y economía, germen de una esperanza colectiva y experiencia nunca antes conocida en pueblos del Tercer Mundo.